Susurros en la Oscuridad

La Culpa

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No sabía cómo había llegado allí. Ni cuánto tiempo había transcurrido desde que abrió los ojos por primera vez. Ni cuál se suponía que era su cometido en ese lugar.

Poco a poco había aprendido a moverse. Era tan fácil como desearlo. Si quería subir a lo más alto de la fuente, sólo tenía que pensarlo y allí estaba. Si quería sentarse junto a unos niños que comían golosinas sentados en la acera, lo deseaba y pronto se encontraba junto a ellos.

También se había dado cuenta de que nadie percibía su presencia, sólo el perro lazarillo del ciego que cruzaba todos los días la plaza para comprar el pan. Ella solía aercarse al hermoso y fuerte perro y el animal le olisqueaba la mano y ponía tiesas las orejas.

- ¡Vamos, Zuky! ¿Qué haces? - solía decirle el ciego; entonces ella se alejaba para no interferir en el trabajo del animal.

No podía salir de la pequeña plaza. Había intentado imaginar otro sitio pero extrañamente no conocía otra cosa más que la enorme fuente de piedra con sus cuatro chorros de agua, rodeada de árboles y edificios de cuatro o cinco pisos. Pasaba el día sobretodo observando a la gente; a algunos ya los conocía, otros sólo pasaban una vez y ya no los volvía a ver. Solía sentarse en la fuente a mirar cómo jugaban los niños; no entendía por qué le fascinaban los pequeños y sus juegos, sus voces, sus ideas, el desaliño en sus ropas tras una tarde de carreras... Si podía, evitaba que alguno se cayera sujetándolo; el niño solía extrañarse pero luego seguía jugando... Le encantaba esa sencillez...

Por las noches, todo volvía a la calma. A veces una pareja despidiéndose a besos apasionados, una chica que caminaba apresurada porque tenía miedo de ser atacada, un joven haciendo eses porque había bebido de más, un gato buscando un sitio donde esconderse... La verdad era que se encontraba en un lugar tranquilo.

Sin embargo, sentía una especie de inquietud en su interior. Tenía la sensación de que tenía que hacer algo pero no sabía el qué, con lo cual era común que sintiera que estaab perdiendo el tiempo en ese lugar. ¿Qué se esperaba de ella? ¿Qué tenía que hacer? Aquello parecía ser una parada en su viaje, pero no conocía su destino.

No podía dirigirse a nadie, ni comunicarse, y ello la desesperaba. Alguna vez había hablado a alguien pero ni siquiera la escuchaban, por más que lo deseara y se esforzara. Pensó incluso que era invisible pero una vez pudo ver su reflejo en un espejo: se gustó. Larga meñena negra, ojos verdes, piel blanca, rellenas mejillas... y unas extrañas marcas amoratadas en su cuello, que no sabía a qué se debían...

Un día, reparó en un joven que caminaba apresuradamente. No tenía nada de especial, ni muy alto, ni muy bajo, ni muy gordo, ni muy delgado, sólo su expresión de culpabilidad le llamó la atención. Iba con la mirada gacha y las manos en los bolsillos, como si temiera que alguien descubriera un secreto terrible.

Entró en un portal y bajó al poco tiempo cargado con un par de maletas. Comenzó a resultarle familiar y por unos instantes sintió que empezaba a descubrir que había algo más que aquella plaza en su memoria.

El joven comenzó a aparecer casi a diario, era como si estuviera mudándose y de alguna manera, ella se sentía inquieta mientras le observaba desde la fuente. Hacía días que ni siquiera saludaba a Zuky, la perrita del ciego madrugador. Comenzaba a tener la sensación de que ese joven era importante y debía prestarle atención.

Cierta mañana que le vio llegar, tuvo una idea, algo que no se le había ocurrido nunca. Se acercó instintivamente a una ventana del cuarto piso del bloque en el que siempre entraba él y le vio. El corazón comenzó a latirle al verle sentado en un sofá verde musgo, con el rostro desencajado, observando una foto ¡de ella misma! Pero aparecía muy diferente a como se había visto en el reflejo: tenía las mejillas sonrosadas, ojos brillantes y una sonrisa feliz. Observó el interior del salón y cuando se dio cuenta, ya estaba dentro.

Quiso hablarle, tocarle, pero estaba demasiado impresionada por la multitud de imágenes que acudían a su mente. ¡Ella conocía aquella casa! La recordaba pero no vacía y llena de cajas como la veía, sino decorada, cálida, acogedora. Se vio a sí misma cocinando un pastel con las mejillas llenas de harina, sentada en el sofá con las gafas puestas mientras comprobaba las facturas, se vio a sí misma dejándose acariciar por aquel joven en la cama.

Se sentía petrificada mientras le veía empaquetar todos aquellos objetos. ¿Qué había pasado? ¿Por qué no seguían compartiendo aquel piso? Deseaba que él pudiera escucharla pero le resultaba imposible... Necesitaba comunicarse con él para saber qué había sucedido y tenía poco tiempo; cada vez quedaban menos objetos que llevarse y sabía que cuando el piso estuviera vacío, él no volvería a aparecer por allí y entonces ella quedaría atrapada para siempre en esa plaza...

Aquella noche la pasó sentada como una niña en el suelo del salón, abrumada por los recuerdos. Se amaban, se habían conocido en la universidad y cuando terminaron la carrera y encontraron un trabajo, se fueron a vivir allí. Toda la noche estuvo llorando porque un pedazo de la historia había desaparecido de su memoria, no recordaba nada especial antes de su despertar en la fuente de la plaza. Vio e su memoria el día en que los padres de ambos fueron a comer allí, incluso les escuchó hablar de cuándo llegaría la descendencia.

Una punzada de dolor le atravesó el corazón y sin saber por qué, se llevó las manos al vientre. Un niño. ¡Cuánto había anhelado ser madre! Entonces otra imagen cruzó su mente. Ella estaba en el cuarto de baño con un Predictor y salía corriendo gritando de alegría. ¡Embarazada! Sintió que las lágrimas rodaban por sus mejillas cuando recordó la frialdad con la que él se tomó la noticia.

Se dejó caer hasta el suelo mientras rememoraba como fueron los días siguientes. No más notas de amor en el espejo del baño por las mañanas, ni el brillo de sus ojos cuando la miraba, ni la calidez de sus caricias bajo la manda cuando veían la televisión... Consiguió que se sintiera culpable por aquella vida que crecía en su vientre a pesar de cuánto lo había deseado...

De repente, se encontró de nuevo en la plaza, mirando con rencor hacia aquel piso, ahora reflejo de sus frustraciones. ¡Cuánto había cambiado su concepción de su estancia en aquel sitio! Ahora comprendía que había cabos por atar aunque todavía no sabía qué había pasado para que ella estuviera allú, ni qué tenía que hacer para escapar...

Por la mañana temprano le vio regrear, caminando como siempre con paso precipitado y la cabeza gacha. Reparó en dos mujeres que le miraron sin mucho disimulo y después cuchicheaban.

Esta vez se adelantó y cuando él entraba en el piso, ella ya le estaba esperando. Pasó por su  lado y ella le siguió con la mirada, intentando seguir recordando, buscando la manera de comunicarse con él, de preguntarle qué sucedió...

Ocurrió entonces algo novedoso. Casi desistiendo de su empeño en saber la verdad, ella pasó sus dedos por una fotografía de ambos enmarcada y ésta cayó al suelo. El ruido que hizo provocó que el joven se girara sorprendido, mirando a su alrededor extrañado, antes de seguir empaquetando libros. Ella quiso compronar si era capaz de repetir aquello; cogió un rotulador grueso que él había dejado sobre una mesa y lo tiró al suelo. Esta vez él se incorporó, pues se había arrodillado en el suelo, y volvió a poner el rotulador en su sitio. Luego se estremeció y se frotó los brazos; de repente, tenía frío... Miró a su alrededor con sospecha y luego sacudió la cabeza mientras murmuraba:

- No puede ser...

El gransentimiento de culpabilidad que le ahogaba esos días aumentó hasta presionarle el pecho; apenas podía respirar. Nervioso, se incorporó de nuevo y suspiró; de su boca surgió una nube de vaho. Volvió la cabeza hacia la ventana; los niños jugaban al sol de agosto empapándose con globos de agua, ¿por qué él tenía frío?

Se pasó las manos por los cabellos intentando convencerse de que todo era producto de su imaginación. Cerró los ojos unos instantes y le sobresaltó la imagen que acudió a su mente: era el rostro de ella, con aquella mirada suplicante en sus ojos poco antes de dejar de respirar.... Esa mirada le había acosado día y noche desde aquella tarde en la que no pudo dominarse...

¿Por qué tuvo que quedarse embarazada justo en aquel momento? Le acababan de ofrecer un puesto de responabilidad, viajaría por todo el país e incluso más allá para cerrar acuerdos importantes para la empresa; eso significaba reputación, respeto, dinero, elogios... ¿Y qué había dicho ella ante la gran notica? "¿Vas a dejar que pase el embarazo casi sola? ¿Qué ocurrirá cuando nazca el bebé?". Él no supo qué responder... Entonces fue cuando la miró a los ojos y vio aquel reproche, aquella decepción que le sacó de sus casillas. Comenzó a gritar, a llamarla egoísta mientras ella contraatacaba esgrimiendo argumentos de amor, familia y maternidad que le ponían cada vez más nervioso.

La mandó callar pero ella se negaba. Empezó a gimotear y a llorar mientras a él le daba vueltas la cabeza, sólo quería que se callara, que acabasen sus reproches y sus lágrimas, que no hiciera chantaje a su ambición profesional. Aún no se explicaba de donde le vino aquel impulso pero cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde.

Sus ojos verdes aún estaban abiertos pero presentaban un extraño brillo opaco. Palidecía por momentos y sus labios se habían amoratado por la falta de oxígeno. Se dio cuenta de que sus manos estaban alrededor de su cuello con los dedos pulgares aún presionando su tráquea, y los retiró de repente como si se le estuvieran quemando.

Toco ocurrió entonces muy rápido: la llamada lloriqueante a la policía diciendo que había encontrado a su mujer estrangulada, el posterior destrozo del piso para justificar un robo, los nervios ante los interrogatorios, explicaciones a la familia, el funeral y el entierro... Luego los rumores, las habladurías, la sensación de que todo el mundo sabía lo que había pasado... Desde aquellos instantes, el dormir fue casi una misión imposible; comenzó a tomar pastillas para relajarse pero la culpabilidad era demasiado pesada para su conciencia.

El psicólogo le había recomendado deshacerse de todo lo que le recordara a ella (¡profesionales! ¡No supo ver la mentira y la culpabilidad en tantas sesiones!) y eso era lo que estaba haciendo en esos últimos días...

Sacudió la cabeza para volver a la tarea pero sintió algo a sus espaldas y se giró rápidamente. Lo que vio le heló la sangre en las venas: en la pared alguien había escrito las palabras: "SOY YO".

Se abofeteó a sí mismo y se incorporó precipitadamente para acercarse a la pared y comprobar que era real. Con la respiración agitada, gritó al borde de las lágrimas mientras daba la espalda a aquellas palabras:

- ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡No quería hacerlo!

El frío se hizo más intenso en la habitación, tanto que los cristales se helaron; sus dientes castañeteaban y sus piernas temblaban, no sabía si podía más el frío o el miedo.

Miró la alfombra y vio que lentas pisadas se marcaban en ella caminando en su dirección. Cuando levantó la mirada, vio su rostro frente al suyo, con el cuerpo desdibujado a partir del cuello. Le miraba fijamente y él sólo acertó a decir:

- No me hagas nada... yo no quería... sabes que soy un buen hombre...

Lo que vio a continuación le llenó aún más de terror. Ella le presentaba en sus manos el sangriento feto de su hijo no nacido, mientras esgrimía una sonrisa tétrica, amarga y desesperada. Él comenzó a gritar, cerró los ojos pero incluso en esa oscuridad ella le acosaba con aquel ser a medio formar entre sus blancas manos, un horrible ser que a pesar de ser carne de su carne y sangre de su sangre, y a pesar de no haber vivido nunca, se movió en el llanto para mirarlo fijamente y abalanzarse sobre él con un rápido movimiento.

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Nadie se explicó cómo aquel chico había aparecido muerto y con ella expresión desencajada en el rostro, en el piso en el que su esposa había sido asesinada pocas semanas antes.

No se encontraron signos de violencoa ni en el cuerpo ni en el domicilio, tampoco restos de sustancias tóxicas en su sangre; se determinó que se le había parado el corazón por causas desconocidas... Los románticos decidieron que había muerto de pena por la ausencia de su mujer; los más realistas abogaban por un suicidio que la familia había querido ocultar para evitar más rumores...

Lo cierto fue que su alma nunca descansó en paz y que seguirá atormentada por los siglos, sin que nada pueda hacer para reparar su crimen; vagara y se lamentará por siempre de no haber escuchado al corazón y de haber dejado que la locura invadiese su cabeza; está condenado a sentir siempre la carga de la culpabilidad sobre él y todavía hay quien asegura que sus quejidos y lamentos se escuchan en toda la plaza en las noches especialmente oscuras, y que a veces se ha visto a su sombra rondar la tumba de su esposa en el cementerio, rogando y suplicando su perdón, siempre sin obtener ninguna respuesta...

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