Susurros en la Oscuridad

Un nido ocupado

Camino descalza por un suelo pedregoso, pero apenas siento las heridas que los filos de las piedras hacen en las blancas plantas de mis pies porque estoy demasiado ocupada intentando evitar los picotazos de los buitres que pululan a mi alrededor, esperando a que caiga desfallecida.

Llevo tanto tiempo evitándolos que ya se ha convertido en una costumbre el agitar constantemente las manos para que sus grotescos picos no se enreden en mis cabellos. En el pasado los recibí con amabilidad, pensando que me comprenderían, pero sólo me sirvió para que tomasen confianza y ahora no me los quito de encima.

Elevo la mirada y entre sus oscuras y sucias alas vislumbro un águila inmensa, hermosa, elegante, que parada sobre el pico de una montaña mira al horizonte ajena al revoloteo de los buitres bajo el que me encuentro. ¿Qué tal sería cambiar a los buitres por aquel águila silencioso y bello? Junto a ella, veo un nido bien acomodado, limpio, que recoge los fríos vientos que peinan la montaña. Una sonrisa aparece en mi rostro y mis ojos se iluminan por primera vez en mucho tiempo. ¡Cuán confortable ha de ser acurrucarse en ese nido y ser cubierta por esas alas inmensas, enormes!

Llego hasta el pie de la montaña sin prestar atención a los buitres, que me siguen acosando con sus picos sucios y bastos. Apoyo las puntas de mis dedos en la piedra para tratar de escalar hacia el nido pero cuando elevo la mirada una vez más, veo que el nido está ocupado por un ave hermosa. El águila se gira hacia ella y frotan sus picos con cariño. Es obvio que no hay sitio para mí.

Me alejo de la montaña y sigo mi camino, mientras los buitres, satisfechos por mi derrota y mi decepción, continúan molestándose y enredándose en mis cabellos.

El Lobo

Hace tiempo que camino con los ojos entornados y la mirada fija en el suelo. Ya no espero nada interesante, siempre me acompañan las mismas ratas de siempre. Me muerden los talones con insistencia, esperando que les dé alguna migaja pero no quiero alimentarlas. Que busquen otro sitio donde alimentarse, yo ya me cansé de darles comida para que acaben mordiéndome las puntas de los dedos con avidez. Siempre quieren más.

Camino por un sendero seco y árido mientras sobre mi cabeza se forman nubes de tormenta que oscurecen mi camino. Miro hacia ellas, esperando a que comiencen a descargar su refrescante lluvia sobre mí para que arrastre mi pesar. Cierro los ojos mientras mi rostro se empapa y me dejo caer en el suelo, sumida en la desesperanza y la soledad, en la rutina y el hastío.

En ese momento, las ratas que me acompañan huyen. Miro hacia el frente y me encuentro de cara con un lobo al que parece no importarle la lluvia. Entre sus patas juegan dos pequeños lobeznos, que se refugian del agua poniéndose bajo su progenitor. Me acerco a ellos y los cubro con mis brazos para protegerlos. No me dan miedo. ¿Me aceptarán como una más en la manada? ¿Seré capaz de cuidar de todos ellos?